13.5.11

Cap 159

Mor

No tenía elección. Bueno sí, tenía un par más quizás… Pero una más irrealizable que la anterior, más descabellada y sin sentido. Y es que era verdad, todos en el inframundo eran corruptos. El trabajo nos había hecho así, la “mala paga”, malos tratos. Todos eran corruptos. Yo no había sido tanto, hasta ahora.

- Esto va a ser una mancha enorme en mi historial- bufé mientras caminaba por los pasillos, buscando un lugar donde pensar. Las panteras por primera vez desde que habíamos llegado, no parecían odiarme, por el contrario, ahora parecían vigilarme, vigilar que nadie me molestara, que nadie se acercara, que el pasillo estuviese vacío. Cuando Circe quería algo, al parecer, el mundo entero trabajaba para dárselo. Me dio rabia por entrar en el paquete de su mundo. Perra.

¿Y es que como podía de corromper las moiras?, eso era complicado. Yo siempre les llevaba ojos, era una costumbre adquirida, era como llevarles recuerditos de mi viaje y nunca les había pedido nada a cambio, nunca necesité tal favor, por el contrario me parecía hasta entretenido, le daba un toque más turístico a las misiones que el mero trabajo que era. A veces mandaban tareas en las cuales por un efecto de “arrastre” terminabas acabando con el asentamiento entero si era necesario, y los ojos más hermosos de aquel lugar terminaban en mis manos, en las manos de las moiras. Siempre me pareció irónico que les gustaran y coleccionaran eso de lo cual ellas carecían. Todo este historial de buenos tratos al menos me daba una cierta ventaja en estos momentos. Yo nunca les había pedido nada. Solo algo me irritaba con respecto a tener que volver a “verles”. Nunca había podido hacer que dejaran su conversación irritante, siempre querían decirte tu futuro, reírse de ti sin razón aparente, contarte un chisme de la vida de alguien, que esto, que lo otro.. Eran molestas.

Un ojo a cambio de un favor ridículo. ¿Un cabello tan valioso a cambio de qué? Esa pregunta me carcomió por tres horas, hasta que de pronto una astuta, pero algo loca idea se me ocurrió.

- Emmm bueno, que me odie otra diosa, ¿Qué tanto?- sonreí tirado en unos de los pastos perdidos entre los jardines aledaños del palacio para levantarme y negociar.




- Circe- Entré y la mujer volteó con una sonrisa complacida, las ganas de ahorcarla se intensificaron. Sin embargo ella solo observaba mi rostro templado y la mirada desinteresada que era la mas prudente para las negociaciones – Necesito el collar más valioso que tengas, que no tenga nada de perlas o cosas que no provengan de la tierra y EL pavo real.

La mujer me miró unos segundos, un silencio reinó y después se rió de mí.

- Estás loco.
- Podrás contar lo que quieras Circe, hacer lo que quieras- musité mientras me acercaba a unos bustos de mármol con la misma voz apática dándole la espalda – Pero sin eso no tendrás nada.

Hubo un minuto de silencio en el cual casi pude sentir su mirada inquisitiva clavarse a mi espalda como cuchilladas.

- Lo que dices es cierto…- siseó y su voz descubrió un tono amargo, molesto.
- ¿No estas de acuerdo conmigo en que es un precio bastante estúpido, hasta ridículo a cambio de lo que deseas?- agregué, para girarme, mirarle a los ojos, por primera vez ladeó el rostro indignada, incapacitada de sostenerme la mirada, sabía que tenía la razón. Su cara, le hacía ver como una niña, mimada haciendo una pataleta.

Cruzó los brazos para darme la espalda, caminar hacia una mesa alta de detalles soberbios y con sus manos, con sus ojos buscó entre los cofres hasta conseguir una llave, la observó unos largos momentos, todavía dubitativa, para después perderse entre las sombras de la alcoba y volver con un cofre que no sé de dónde rayos lo había sacado, la llave entro por el cerrojo y su mano en un giro inundó con un crack el silencio de la habitación. Sacó de el un bulto pequeño, mientras yo incrédulo le miraba detenidamente, Circe se irguió para envolverlo en una especie de tela vaporosa y tornasolada, me miró, una expresión rígida y contrariada, para  después levantarse, quedar frente a mí… Y me lo entregó. Casi sin ver, sin mirar lo que había dejado entre mis manos. Y bromeé.

- ¿Y por esto haces tanto teatro?- me reí abriendo la tela tornasolada y como quien no quiere la cosa, observar en ese instante, un segundo de brillo extraterrenal que me hicieron tomar la conciencia de su invaluable valor, en su intrincado diseño soberbio pude notar las manos, el estilo de Hefestos en sus bordes, un regalo del dios de dioses y lo guardé. La mujer se volteó con un rostro, como de la mismísima medusa al escuchar mi broma, para después abrazarse a sí misma y darme la espalda, notando como las largas uñas se clavaban en su piel. Reí ante su reacción, sintiéndome casi inmortal en ese momento, me necesitaba tanto que tendría que ser capaz de tragarse cualquier cosa que le dijese. Se giró rápidamente para caminar fuera de la habitación chocando mi hombro. Sonreí complacido y expectante me recosté de una corintia que estaba cerca. 

Un par de minutos después, Circe regresó con el ave de Hera.

- Al parecer no somos tan inocentes después de todo- comenté mientras me acomodaba y giraba el rostro con una sonrisa ladeaba que le crispaba los nervios a la hechicera, observando cautiva entre sus manos, pasivo, el pavo real de tan singular significado.
- Todavía puedes viajar al inframundo sin lengua… Mor- gruñó.
- Pero ahí estarías faltando a un pequeño acuerdo que hicimos…- dije a tenue voz pasando mi mirada del ave a ella. Bufó mientras apartaba su rostro evidentemente indignada arrojándome el ave. Baje la mirada y le observé, el primer pavo real...
- Lárgate de mí vista- chilló dando un manotazo al aire - Espero que todo esto valga la pena- se fue farfullando de la habitación. Encogí los hombros.

Tomé el ave y salí de la habitación, esperando que la loca terminara de irse y mi pie sigiloso se deslizó por el escalón, veloz me fui alejando del palacio evitando miradas curiosas. Circe debía estar cubriéndome, eso también era parte de la “mutua ayuda”.

Era imposible que consiguiera un pasaje al inframundo en este momento, pero conocía a alguien podría ayudarme a entrar.

Llegado al lugar perfecto, alejado, solo.
Saqué el collar y coloqué el ave, que prácticamente no se podía ni mover de la cantidad de amarres que le había puesto Circe.
Saqué el machete, proferí unas oraciones.

- Para la más venerable reina… Su majestad después de lo terrenal…- concluí, hice un agujero para enterrar el collar alcé el filo para observarlo un par de segundos alzar la mangas y comenzar a cortar de forma certera lugares vitales. Me tiré a los pies del árbol apoyando la cabeza.

La sangre manaba a borbotones, odiaba entrar por estos métodos… Era tan desagradable. La sangre se iba e iba y así como mi conciencia, moví el brazo colocandolo encima del ave para que no se moviese, y mi vista nublada comenzaba a perderse entre los tornasolados colores azulados y verdosos del ave.

Y de pronto sentí un cambio en el espacio, fue como si de un segundo a otro se hubiese atropellado el otoño, la fragancia de las flores caídas, el olor de la maleza se hizo más intenso. Perséfone. Su risa. Pude ver un hilo plateado y el tintineo metálico que siempre colgaba de su tobillo izquierdo. Todo se vino a negro.





Me levanté de golpe.

- Adoro esa vulnerabilidad que posees, esa expresión cuando estas al borde de la muerte- susurró suave mientras sentía como una delicada mano se enredaba cariñosa por mi cabello. Parpadeé varias veces con fuerza.
- No vienes por aquí a visitarme Mor, tu nunca haces eso.- su timbre de voz agudo retumbó en mi oídos al igual que el aroma de la primavera.
- Es verdad, deje de hacerlo hace mucho tiempo..- me levanté algo mareado. Y pude observar que de su cuello pendía el collar que me había entregado Circe.
- Te has esmerado con este último. Toda una joya, un regalo de dioses. - dijo mientras se llevaba la mano al cuello y ladeaba el rostro de forma sensual. - Un regalo del dios de dioses...
- Se… Lo conseguí por ahí.- musité mientras buscaba el ave. Perséfone me extendió un poco de granada. La tomé rápidamente y tomé un par de semillas para mí y otras para el ave.
- Es hermosa…- comentó Perséfone, alzándose de su cama, y el tintineo de su pie se alborotó. Miró el ave.
- Es verdad, no vine a visitarte, vengo porque tengo que hacer algo urgente.- comenté mientras la tomaba, para después observar como se miraba en diversos espejos encantada por su nueva adquisición.
- Tantas ofrendas… - rió para girarse y mirarme, sonreírme y correr hacia la cama, sentarse a mi lado y cruzar las piernas  – Pareciese que quisieras extorsionar a medio tártaro- comentó a modo de chiste.
- Algo por estilo- respondí y me levanté de la cama.

Perséfone frunció el ceño.

- Iré al grano, necesito ir con Las Moiras, por un intercambio- mientras me acomodaba y observaba mi piel piel pálida color muerto, sin una marca.
- ¿Las Moiras?
- ¿Te comentó de la misión?- pregunté haciéndole referencia a la tarea de Hades de infiltrarme en la Rebelión  mientras observaba a mi alrededor, su habitación, todo seguía igual que siempre. Todo igual.
- Ese es el estúpido tema de conversación mientras pule las reliquias… Es horrible.
- Bueno, ya que lo sabes, necesito hacer un trueque, con las Moira, por el cabello de Circe
- ¿Y Hades sabe sobre esto?
- Si lo supiera estuviese aquí esperándome, o hubiese ido personalmente a darme su “advertencia”
- Es verdad…- suspiró con un tono algo preocupado.
- Así que todo esto me hace pensar que no está aquí- concluí.
- Así es,  ayer se marchó a hacer no sé qué, que no me importa…- comentó.
- Bueno, yo me voy a ver las moiras, con permiso- comencé a caminar.

El tintineó del pie de Perséfone detrás de mí, me decía que no me iba a dejar ir tranquilo.

- Si te descubre, destruirá tu alma- comentó Perséfone.
- Gracias Perséfone, por recordármelo- comenté sin voltear – De ahí radica que me ayudes- comenté – Igual como ocultamos todos aquí tus visitas, espero que hagan el mismo favor por mí referente a este tema.

El tintineo se detuvo. Me giré. Para ver su mirada preocupada clavada en mis ojos, examinándome en un silencio.

- A Hades no le importa aquí el bienestar de ninguno de nosotros… Solo los finales, los objetivos alcanzados, los resultados al final del día- musité rompiéndolo – Yo nunca he faltado una regla aquí, excepto quizás un par y ha sido por ti. Lo sabes- Perséfone bajo el rostro.

No dijo nada. Suspiré para ladear el rostro y avanzar hacia ella, unos pasos largos y rápidos. Hasta quedar frente a ella, en un íntima distancia entre nosotros.

Con mi mano derecha en su mentón alcé su rostro y ambos clavamos una mirada en cada uno, ella de preocupación, yo una con menor significado y calma - ¿Qué hago? ¿Espero a recibir el castigo aquí? ¿O me salvo como todos se han salvo aquí, a sus espaldas?- le pregunté  – Él quiere que yo complete la misión, pero sabes que él no me va a entregar ese cabello. No le veo la coherencia al asunto entonces- concluí.

Le solté, sabiendo que mis palabras le convencerían. Y me giré con ademán de seguir mi camino.

- Lo siento, pero no seré castigado sin una razón… No sin intentarlo- concluí para seguir caminando.

Un minuto quizás, transcurrió antes de que el tintineo volviera a escucharse. Pero no me dirigió palabra alguna, ni intento hacerme desistir nuevamente.

El terreno comenzó a empinarse, y en la colina más alta del Hades se encontraban las tres hermanas, dos juntas y una mirando un pozo… Tres ancianas, enjutas, hasta algo deformes y severas , con sus atavíos sobrios, tuertas, arrebatándose un ojo, las tres famosas moiras en la cima estaban.

Cuando el tintineo se escuchó detrás de mí las tres se giraron, una le entregó el ojo a la otra y se juntaron para vernos llegar.

- Mor…
- Que agradable
- Sorpresa…
- Pero al parecer no vienes
- Solo de visita.- comentó mientras se acercaba la más bajas de todas, Cloto.
- Es verdad, no vengo a visitarles…- comenté mientras Perséfone se adelantaba hasta quedar a su lado e inclinarse ligeramente hacia Átropos que le llamaba con una seña, y comenzó a susurrarle algo. Que desgracia ya habían empezado con el chismorreo.

La moira que ahora tenía el ojo, Láquesis, me miraba con una sonrisa inquisitiva y complacida.

- El destino se te sale por la cara… pronto tendrás que tomar...
- NO estoy aquí para hablar de mí- le interrumpí alzando la voz algo molesto, suspiré profundo para volver recobrar el tono – Estoy aquí para hacer un trueque- La moira se hecho hacia atrás para mirarme de arriba abajo y su voz sonó un poco más aguda, interesada. Su hermana camino con rapidez para tomar el ojo y observarme.
- Nos gustan los tratos chico… - y su rostro esbozo algo como una especie de asquerosa sonrisa.
- Habla niño…- agregó la otra.
- Quiero un cabello- dije sin más.
- ¿Un cabello?- se giró Cloto hacia Perséfone como esperando su afirmación y esta asintió ladeando el rostro de mala gana.
- A caso…
- ¿Tu amo lo sabe?
- No, y no tiene que enterarse- dije mientras miraba a Perséfone para que dejara de hacer eso que estaba haciendo... Su cara, su expresión...
- ¿Y qué cabello quieres
- ¿Mor?
- Acaso el de alguna...- pareció esbozar una sonrisa alargada complacida.
- El de Circe- volví a interrumpirle antes de que volviesen a darme una información que no quería.

Las Moiras parecieron sobrecogerse en el sitio. Un silencio se quedó suspendido entre los presentes, les miré expectante. Se juntaron para comenzar a cuchichear entre ellas un par de segundos. Y así como habían comenzado a cuchichear acabaron. Átropos se irguió, resaltando entre la trina, pronunciando el veredicto.

- La hebra es muy valiosa, no podemos dártela…
- Miren, yo nunca aquí les he pedido un favor, solo éste, además el regalo que les daré es más magnifico que todos los ojos que hayan podido tener, imaginar… No hay nada igual que esto…- musité mientras intentaban ver un poco más allá de mi costado, dónde sostenía el ave.

Las moiras se miraron, me miraron, para después reunirse y volver a cuchichear.
Perséfone me miró y después miró a las moiras. Para después incluirse en la conversación.
Entre cerré los ojos.

Después de un rato de mirar hacia todos lados, en una exclusión molesta. Las moiras callaron y volvieron a mirarme. Ah, bien. Pensé que se habían olvidado que estaba aquí. 

- ¿Y de quienes son los ojos?- preguntó Cloto interesada.
- De Hera…- les respondí y pude observar el interés en los gestos de las Moiras al escuchar aquel nombre de diosa.
- Un cabello, es una vida, el dominio natural de la vida si es perturbado puede causar consecuencias… - comentó Láquesis.
- Nuestro deber es velar por las vidas y su ciclo, si nosotras no cumplimos el…
- Hades, ¿Las represalias? Hay un una cantidad interminable de cabellos en esta sala, Hades no tendría que darse cuenta. Nadie tendría que darse cuenta de nuestro trato... Y ustedes saben que eso es posible.- interrumpí.
- Sería una vida que sale de nuestro control… Pero, si tú estás dispuesto a arriesgarte por…- su voz severa casi pude sentirla retumbar en mi cabeza.
- Enserio digan sus términos y yo los acepto- interrumpí ya que tenían esa voz que ponían cuando predecían, molesta.
- Queremos el ave, y tú serás el responsable de esa vida, en el caso de que falles… Sobre tus hombros caerá...
- ... El castigo de tu amo, más nuestro castigo. 
- Por los engaños acometidos hacia nuestra persona y el robo.
- Y de paso si fallo, ¿Yo seré el que las engañé y les robé?- dije mientras les miraba bufando.
- Las parcas no fallan en sus labores, en cambio tú, humano…- 
- Eres diferente…
- No te creería.

Un silencio volvió a caer entre nosotros.

Perséfone me miraba tensa. Creo que no tenía elección.

-Yo…
- Y algo más…- interrumpió Cloto, con esa maldita sonrisa complacida. ¿Qué pediría ahora?
- Queremos más ojos y contarte una cosa.

¡No!… No por los ojos, eso estaba bien para mí, si no por lo último. La última vez que me contaron algo yo no dormí por semanas. Las moiras rieron.

- ¿Puedo elegir quién va a contarme?- pregunté. - ¿La del pasado podría ser?- musité mirando a Clotos.
Clotos, Láquesis y Átropos negaron con una risa siniestra, al unísono. Eran desagradables. Rastreras, se divertirían con mis tortuosos pensamientos.





Caminaba  con el puño apretado y la hebra de cabello guardado en un cristal dentro, dejando atrás a las moiras y a Perséfone totalmente iracundo, enfermo.

- Mor, pero tranquilo, lo hacían a modo de venganza, ya deberías saber...- decía tras de mi, intentando animarme, pero ya estaba harto hasta del tintineo metálico de su tobillo.

Le ignoré largo rato, hasta lo que yo llamaba "el gran salón".

- Solo dame algo para salir de aquí- musité mientras yo mismo buscaba esas cosas que tenía para salir.
El tintineo se detuvo.
- Perséfone…- musité para esbozar un suspiro dándole la espalda extiendo el brazo hacia atrás esperando la salida, pero no hubo respuesta - Perséfone- susurré para darme la vuelta con menos paciencia que antes. Y allí estaba ella, con la planta de su pie izquierdo apoyado en el borde de una especie de diván de un brazo, mientras con una sonrisa felina y sensual me observaba divertida, contoneando levemente los hombros.
- Creo que te ha faltado hacer un trato con alguien…- rió por lo bajo mientras posaba su mano izquierda en su hombro de derecho - ¿Dónde vas a dormir Mor esta noche?- preguntó con una sonrisa lasciva y la punta de sus dedos juguetearon con la tela del hombro de su quitón, yo la miré enarcando una ceja, algo en su mirada me persuadía, el gesto de sus labios me persuadía.
- Perséfone, no es el momento... Yo tengo que irme- comenté, guardando las distancias, porque era cierto, mientras más rápido llegase, más rápido nos iríamos y...

El dorso de su mano se posó en su mejilla, para comenzar a deslizarla lentamente hacia abajo, acariciando la suave tez de su cuello y detenerse un momento en su hombro, ladeó el rostro con una sonrisa lasciva mirando el jugueteo de sus dedos y con un movimiento ligero de su muñeca soltó el broche de oro. La tela azul rey del quitón que pendía de su hombro cayó, quedando suspendida en sus caderas, dejando al descubierto la piel pálida, sus senos. Suspiré algo resignado, eso último había sido bastante convincente. Perséfone tampoco me dejaría ir hasta que tuviese lo que quería, estaba a su merced.

- No te necesitaran hasta que amanezca, te dejaré ir... Lo prometo.- musitó semidesnuda y con voz persuasiva, tanto como el canto de una sirena, bajando su pierna del diván. Contoneó levemente sus caderas y la tela terminó de caer desordenándose por la piedra oscura del suelo del salón. Alzó levemente su rodilla dejando el quitón tras de si  y comenzar a caminar en mi dirección. Esbocé una sonrisa ladeada, ya resignado, siguiéndole el juego.

Tomó mi rostro entre sus manos y me besó con necesidad, esa urgencia que siempre tenía con todos sus amantes.

- ¿Qué quieres para dejarme ir?-  susurré a su oído cuando se extinguió aquel beso, mientras una mano se enredaba entre sus cabellos sujetados en un soberbio adorno de oro y zafiro. Tomé el adorno y sus cabellos se liberaron acariciando su cintura, mientras mi mano izquierda se posaba en aquel relieve suave de su cadera con fuerza, acercándole a mí, una sonrisa de satisfacción cinceló su rostro mientras sus manos se aferraban a la tela de la capa. Deje a un lado el adorno. 

La capa cayó, y aquellos labios que enmarcaban su sonrisa se deslizaron por mi cuello, hacia abajo. Tomé su rostro y le alcé hasta que nuestras miradas quedaron frente a frente. 
- Las mismas costumbres- comenté colocando mis manos en sus hombro y deslizarlas hasta sus brazos, sujetándolos con fuerza, sintiendo su suave piel entre mis dedos. Todo igual, siempre igual, desde siempre... 

Le giré y la piel desnuda de su espalda terminó contra mi pecho, ella ladeó el rostro curvando su espalda al sentir mis labios en su cuello, en sus hombros y mis manos apartando sus cabellos a un lado. Desabroché el collar de Circe que pendía de su cuello y lo coloqué junto al adorno que antes había recogido sus cabellos.

- Los cambios… Son cosas de humanos- susurró en una carcajada divertida al girarle de nuevo y ambos quedásemos frente a frente, al sentir mis manos en sus muslos, alzándole. Ella cruzó sus piernas aferrándose a mi cadera. Mis pasos nos llevaron hasta la mesa entre besos desenfrenados que me llevaban al borde de perder el aliento. Ella parecía no necesitar demasiado eso de respirar. Los cabellos oscuros se desbordaron por la mesa en una risa divertida de Peséfone, complacida, mientras me perdía en su cuello, sus pechos, su vientre, en el placer. La tela de mi quitón calló. Y me hallé con su figura yaciendo debajo de la mía, sus labios entre abiertos y su mirada expectante... Una arremetida, una mordida, un gemido de placer que se escapaba de los labios de la diosa, otro gemido y la fragancia de la primavera parecía desbordarse de la mesa, sobrecogiendo el entorno que se embriagaba en aquellos tiempos antiguos, su tiempo antes de Hades. 

Todo siempre con ella terminaba así. No había otra manera. 

Llegamos hasta la cama, su cama. Nuestros cuerpos se movían con bastante violencia,  mientras sus uñas se aferraban a mi espalda como intentando mantenerme aún más cerca, los jadeos, el calor, el roze de nuestras pieles, su necesidad y el placer en una vorágine. Yo... nunca logré precisar cómo funcionaba el tiempo en el inframundo, pero ambos algo si teníamos, bastante energía...


Desperté con su mano sobre mi pecho, como abrazándome. Suspiré, para acariciar una última vez las ondas de su cabello fino y quité su brazo, busque mis cosas, su vestido y lo puse en la cama. Me arreglé y le dediqué una última mirada, ella esbozó una sonrisa mientras me miraba y señaló un cofre que había detrás de mí.

Ella se dio vuelta, dándome la espalda para tirarme un fruto de granada, comí un poco mientras buscaba la esfera pequeña y redonda como una uva y al girarme Perséfone estaba frente a mí, llegando a mi altura con la ayuda de la punta de sus pies, dejé la granada a un lado, la esfera entre mis manos terminó entre sus dedos deslizándose por sus labios, abrí la boca y la esfera blanda se deslizó dentro de ella, la masqué y un sabor amargo se deslizó por mi garganta, ese maldito sabor que tenía cuanto cosa se hacía en este lugar, ella sonrió llevando sus manos a los cortes que ahora comenzaban a aparecer cerrados, como sellados por un líquido negro. Todo comenzó a distorsionarse. Todo se sentía pésimo. Toda mi vida y uno nunca terminaba de acostumbrarse al regreso.




Abrí los ojos.

Estaba sentado en el mismo lugar, en el mismo árbol en donde me había tirado, solo que ahora no era de noche no, ahora comenzaba a amanecer, el ave no estaba, la joya tampoco. Los cortes estaban cerrados y negros. Consciente que terminarían así por un rato, los había hecho estrategicamente para que quedasen cubierto en cuanto cerrara la capa. Me levanté y me tambaleé un poco, me apoyé en el tronco del árbol, miré al suelo y vi como una oscuridad espesa que yacía a mi alrededor se escapaba hacia todas direcciones.

Me erguí y respiré. Listo. Estaba mejor, comencé a caminar de vuelta al palacio mientras miraba el frasco. Bueno, al menos funcionó. Pero a qué precio… Y pensé en las breves pero desastrosas palabras de las moiras a modo de venganza, y les maldije. No había nada que odiara más que saber del futuro… Ah, si, el hecho que las palabras siempre venían en "metáforas" y había que descifrarlas...

Pisé el mármol del palacio y las panteras de Circe me recibieron. Subí, atravesando con celeridad los pasillos. Mientras antes terminará esto, más rápido nos iríamos de aquí, de esta estúpida isla.
La sonrisa maquiavélica de Circe fue indescriptible cuando le entregué el cristal con su cabello.

- Algo te voy a decir, una advertencia…

Ella perdida en la contemplación, me ignoraba. Yo continué.

- Si llamas en exceso la atención de tu imposibilidad de morir, yo mismo vendré a matarte… Esto quizás ya no esté en la jurisdicción de las moiras, pero ahora está en la mía- musité y ella se giró y frunció el ceño.
- Y si algo me ocurre, mejor, vendrá Hades y el mismo lo hará. Así que por el bien de ambos, mantén tu nuevo trato con la muerte en secreto…- comenté. Y ella sonrió.
- Gracias…- me dijo casi olvidando todo lo que le había dicho con bipolaridad… estúpida e infantil.
- Gracias no… hoy mismo nos vamos… si no, la próxima cosa mitológica que matemos… será a ti- le miré para salir de la habitación con una expresión seria. Para ese momento en que salía, Demetrius daba unos pasos metros más allá caminando más rápido de lo normal, como acelerado. Circe salió por la puerta rápidamente y cuando alzó el brazo tuvo que apretar la mano con fuerza, impotente, con rabia, pues no podía hacer nada. Demetrius… había escuchado… Circe me miró.

Desenfundé el filo cuidadosamente, casi sin hacer ruido.

- ¡Oye Demetrius espera!- le dije llamándolo con la voz normal y hasta me atrevería hasta con un cierto tono cordial, entonces cuando volteó a mirarme, la expresión en su rostro de que nos había descubierto se volvió más evidente.
- Lo que me faltaba…- mascullé apretando los dientes para correr tras él, pero repentinamente una pantera  apareció doblando el pasillo y le impidió el paso. Cuando Demetrius fue a girarse, lo que encontró fue el filo de mi machete atravesándole el estómago, apreté el mango con fuerza para hacer un movimiento corto, pero violento hacia arriba. Sus ojos se abrieron de par en par, su expresión de alerta como quien va a gritar se tatuaba en su rostro. Su peso comenzó a caer en mi hombro, saqué el filo. Un hilo de sangre comenzó a salir de su boca. 
- Traidor…- intentó gritar, pero le tapé la boca con una mano, mientras le daba el machete a Circe que corría para tomarlo. Se removió débil entre mis brazos cuando haciéndole una llave terminé con su cráneo entre mis manos. Demetrius comprendió el movimiento que sucedía a tal llave.

Su boca se abrió, iba a gritar y cuando fue a intentarlo un crack sonó en su cuello. Le solté, apartándome cuando todo el peso cedió. 

- No puedes herirlo…- comenté a Circe mientras tomaba el machete con las manos llenas de sangre – Pero si puedes hacer parecer que es un accidente…- agregué mientras le miraba – No sé, inventate algo… Lo que sea…- Miré el cuerpo y el charco de sangre que se iba extendiendo por la piedra pulida – Has algo al menos para no llamarte inútil…- chasqueé la lengua mientras me quitaba la capa – Y deshazte de toda sangre…- musité mientras me apuntaba.
- Ahora...- le miré - Y aquí, no pienso desperdiciar otro segundo a solas aquí contigo...




Todo lo demás creo que pasó bastante rápido… 

En el banquete del almuerzo Circe muy “triste” comentó la pérdida de nuestro compañero, nadie podía creérselo, ni yo... Cuando vi como arregló el cadáver… Esa cosa había quedado como una masa, la historia… Encajaba perfecta. 

En compensación por la muerte del joven, había arreglado todo para que lo velaran, había terminado el barco y empacado las provisiones, nuestras cosas. Podríamos irnos cuando quisiéramos. Finalmente miró a Epifanía para llamarle y desde mi lugar observé a Circe fijamente. Esperaba que cumpliese con su parte del trato y le devolviese la energía que SU mapa le había robado. Expectante en mi puesto, decidí mantener las apariencias, actuando como siempre,  sirviéndome y comiendo de cuanto había en la mesa. Epifanía volvió a los minutos y estaba como antes...

Al menos comenzaban a verse los resultados de las estúpidas tareas de Circe...

Seguido del almuerzo fueron los funerales de Demetrius, el humo se alzó una horas antes del amanecer ,mientras Patroclo yacía estático en su lugar, en su especie de "duelo" personal. Le observé quizás un segundo, para después observar el humo y enarcar los hombros algo aburrido con todo esto del funeral, usualmente esto nunca pasaba, si... Este asunto de presenciar el funeral de alguna victima muerta por mis manos... Entre aquel silencio ceremonial las palabras de Adelphos interrumpieron haciéndonos mover del lugar y una hora después nos subíamos al barco. 

Para cuando el sol terminó de esconderse, ya estábamos en alta mar. Anteriormente me había rehusado a la idea de partir en la noche, pero estaba claro que con todo lo sucedido, nadie quería estar aquí ni un segundo más, me incluía... 

No... definitivamente ni un instante más en este isla era ya soportable...


by Double_Angy