3.7.11

Cap 178

Epifanía

Miré mi muñeca y luego a Cyrene, que se notaba más que eufórica por haber vencido aquella sirena. Entonces comenzó el alboroto. ¿Qué había sucedido?... Y todo se aclaró al momento de observar toda esa sangre en la puerta, el cuerpo inerte de Calisto y la cuchilla en el pecho de Zorba.
Entramos todos en la habitación, de inmediato Amisthy y Cyrene comenzaron a atender al médico y Mor ya se había alejado con la joven, que al observarla inconsciente, me pareció conocida, familiar, algo en su rostro me hacía pensar en que ya la había visto antes.
Adelphos se alejó con su hermano arrastrando, estaba furioso. No supe que hacer, la joven que Mor se había llevado había vuelto a “dormir”, por obra de él, y las chicas atendían al médico con la asistencia de Keops. ¿Qué hacer? Me sentía inútil en aquella circunstancia en la que todos tenían algo que hacer.
Salí a cubierta, estaba llena de agua y en aquel sitio en que Cyrene había luchado con la sirena estaba lleno de destrozos. Observé el lugar, era un asco, luego corrí la mirada hacia el sitio en que la sangre de Calisto se aposaba, sentí lastima, pena. Su cuerpo ya no estaba, pero la mancha decía mucho. Así que bajé, encontré algunos trapos sucios y volví al sitio de la sangre, lancé un poco de agua que yacía en un balde cercano sobre el charco y luego puse los trapos. Poco a poco la tela comenzó a absorber el agua con la sangre, entonces tomé el trapo y lo escurrí por la borda. Sentí una gota resbalar por mi rostro. Dejé el trapo en la baranda y pasé mi mano por mi rostro. Lo qué en un momento me pareció agua salpicada, descubrí ser una lágrima. La borré y volví a lanzar la tela en el charco, repitiendo la acción hasta que solo quedó agua transparente y la sangre de Calisto se había esfumado borda abajo, junto con el trapo.
No quería llorar, pero no podía evitarlo, tenía miedo. Había sido espantoso y si no hubiésemos cerrado la puerta ¿Habrían caído todos los hombres por la borda? No quería pensar en eso.
Bajé las escaleras y encontré un camarote cerrado. Empujé pero estaba cerrado. Toqué un par de veces y escuché la voz de Patroclo echarme. Fruncí el ceño comencé a empujar. Por un instante supe lo que podría estar sintiendo el guerrero, aunque lejos de sentir empatía, tuve la necesidad de hablar con él e intentar calmarlo.
Empujé fuerte, con la fuerza que podría ejercer yo, claro. La puerta no cedió pero repentinamente pasé en banda. La puerta se convirtió en humo blanco y pasé cayendo hasta el suelo del camarote. Me levanté, observé y Patroclo estaba recostado sobre un camarote, estático, gritándome que me marchara. Poco a poco él y todas las cosas comenzaron transformarse en humo hasta que las paredes desaparecieron en caminos curvilíneos por el espacio, dejando expuesto el templo de Atenea.
Me levanté. Observé en todas direcciones y Atenea me miró desde el otro lado de la fuente. Sonrió.

-Ya no tienes nueve años para que tenga que estar llamándote -asentí.
-Lo siento yo... He pasado muchas cosas y... Circe...
-Circe y su juego. Lo sé, no tienes que repetirlo. Pero lejos de todo, no estoy interesada en saber lo que sucedió ahí. Sabes, estoy más preocupada por ti.
-¿Mi?
-El mapa.
-Oh... Es que no sabía que el mapa absorbía energía de esa manera -musité. Ella negó.
-Bueno. Entonces ten -musitó y apuntó una caja dorada sobre una mesa al lado de la fuente. La observé -Tómala. Lo que contiene es algo a lo que los humanos no tienen acceso. Si lo divulgas, podrías terminar como Prometeo.
-... -la miré y asentí -¿Entonces es para casos de extrema necesidad?
-Vida o muerte sí. Pero también te servirá ahora que los ánimos están algo exaltados... Confió que sabrás cómo utilizarla -musitó y yo asentí.

Me acerqué a tomar la caja y ella se acercó a mi encuentro. Me levanté y Atenea me miró con una sonrisa tranquila. Acercó su mano a mi hombro y miré el suelo.

-Tranquila. Todo pasa por alguna razón.
-Pero estoy preocupada...
-Sí. Lo es y no me agrada que estés preocupada por ellos.
-Son mi grupo, mi equipo...
-Y hasta que esta travesía no acabe, serás parte de ellos y ellos parte de ti. Cada perdida te dolerá como una herida propia y debes afrontarlo, por difícil que sea -asentí -Ve tranquila. Todo estará bien -sonrió y yo me alejé un par de pasos con la caja entre mis manos, no era más grande que una manzana, pero pesaba mucho.

Cerré los ojos y al abrirlos, miraba de frente a Patroclo. Él frunció el ceño.

-Te dije que no entraras.
-Lo siento.
-Da igual. Solo sal.
-No. Lo siento por Calisto.
-Yo también lo siento, pero ya tendré tiempo, momento y lugar...
-¿Para vengarte?
-Sí.
-Eso no servirá.
-¿Tú qué sabes?
-Sé que la venganza es el peor de los males.
-Lo dice quien sigue a un príncipe, cuya arrogancia y porfía por lograr una venganza nos tiene aquí.
-Y se lo digo a quien aceptó seguirlo también -él se levantó y me miró intimidandome. No retrocedí.
-No digo que lo olvides, pero ten en cuenta que cualquiera que haya asesinado a Calisto, no lo hizo por alguna rencilla. Adelphos nos dijo que ustedes, junto a Heracles habían luchado por salir. ¿De haber atravesado a tu hermano con un arma te vengarías contigo? Probablemente no y estoy segura que lo habrías asesinado si hubieses tenido tu arma -el negó.
-Es diferente.
-No pondré en duda tu afecto por tu hermano o por tu compañero. Solo pongo en duda la razón en la que te apoyas para una venganza... No vale la pena. Jamás lo valdrá.
-Vete -apuntó la salida.
-Me iré. Pero piénsalo... -el asintió.
-Sí, lo que digas... Ahora ve a limpiar o cocinar o algo de mujeres...
-Está bien... Pero tu actúa como un hombre... Y no como un niño consentido y regañado -agregué y comencé a salir, entonces sentí su mano en mi brazo, lo sacudí y sin mirarlo me marché.

Comencé a caminar. Qué coraje me daba ese hombre. ¡Lo odiaba! Es el peor hombre del mundo. Esperaba que se perdiera en la isla y que nos debiésemos ir sin el... No, mejor no.
Eso es muy malo, espero que ningún dios haya oído eso y si lo hizo que lo ignore...

-Epifanía, la mujer que encontraron se levantó- gritó Mor. Suspiré y me apresuré al camarote. Abrí la puerta y entré. Miré a Mor y a la chica.
–La pones nerviosa -musité.
-No sé, ni me interesa, lo que te puedo decir es que con cabra loca sola, no te quedas… No queremos que otra cosa salga mal y haya otro muerto.
-Mor cállate… no ayudas -agregué. Me acerqué a la chica y ella se quedó mirándome.
-Hola... Soy Epifanía -ella asintió, pero no bajó la guardia.
-Sé que estas alterada. No sabes dónde estás ni quienes somos nosotros. Pero puedo asegurarte que no queremos dañarte.
-¿Y qué hay de él? Acaba de tirarme -apuntó a Mor. Lo miré.
-¿La botaste? -pregunté alzando una ceja.
-Supervivencia -negué.
-Lo siento... Él es Mor. Es inofensivo -mentí -No te hará daño.
-¿Quiénes son? ¿Cómo llegué aquí?
-Somos viajeros. Estamos en una travesía... Contra los dioses -musité por lo bajo -Te encontramos flotando en el agua has dormido desde entonces -la chica asintió. -Ven -estiré mi mano en su dirección. Ella negó.
-No...
-Se que estás asustada -musité -Yo también lo estoy -aseguré. Entonces dejé la caja en una mesa y avancé en dirección a ella -También tengo miedo. El viaje a sido muy complicado y quisiera poder asegurarte que nadie te hará daño aquí -musité refiriéndome a sus cicatrices -Pero puedo asegurarte que haremos lo posible para que te sientas bien... Tranquila -ella miró mi mano y bajó la guardia poco a poco.
-¿Me harán su esclava?
-No nos vendría mal -comentó Mor.
-Cállate -musité -En este grupo no hay esclavos -aseguré -Somos compañeros... Y si te sientes cómoda con nosotros puedes ser parte de nosotros... De lo contrario estaríamos encantados de dejarte en la próxima isla en la que desembarquemos. Ella asintió y aceptó tomar mi mano. Sonreí.

Hice que se sentara en la cama, le ayude a recostarse y observé múltiples marcas en sus brazos y su pecho. Negué. Cuando fui a tomar la caja, Mor la sostenía entre sus manos y buscaba la forma de abrirla. La arranqué de sus dedos y negué.
 
-Jamás podrás abrirlo por la fuerza -sonreí. Entonces tomé la caja y en un par de movimientos del seguro esta se abrió y en el interior, yacía una sustancia sólida, transparente y roja. La miré, sentí iluminar mi rostro al momento de levantar la tapa. Tomé un trozo de ambrosía y se lo extendí a la joven. Ella me miró recelosa.
-¿Cuál es tu nombre?
-Rea...
-Bien Rea. Te daré esto, debes comerlo y no te asustes si sientes ganas de dormir... Es normal -ella asintió y lo comió. De inmediato quiso otro trozo pero le expliqué que no debía comer más que eso. A los pocos minutos se durmió.

Miré a Mor y este enarcó una ceja.

-¿Veneno?
-Ambrosía.
-¿De dónde la obtuviste? -enarqué los hombros y cerré la caja.
-Le daré un poco a Zorba... -comenté y salí del lugar -¿Te quedarás aquí? -pregunté. Él negó.

Entonces salimos, fui directo al lugar donde descansaba Zorba, Cyrene y Amisthy observaron cuando le di el trozo de ambrosía y luego me retiré y me encontré con Adelphos y Heracles y cómo era momento de comer algo, les envié a que fueran a renovar energía.
Al fin fui a guardar la caja. La observé atentamente y pude ver, que si no hubiese conocido antes aquel tipo de cerraduras, jamás habría logrado abrirla. Lo mejor sería no decirle a nadie la forma en que se abría la caja o terminaríamos asesinándonos entre nosotros por ella... O peor aún, todos con una Pandora al lado...

 

By KatrinaxStevens