Epifanía
Miré mi muñeca y luego a Cyrene, que se notaba
más que eufórica por haber vencido aquella sirena. Entonces comenzó el
alboroto. ¿Qué había sucedido?... Y todo se aclaró al momento de observar toda
esa sangre en la puerta, el cuerpo inerte de Calisto y la cuchilla en el pecho
de Zorba.
Entramos todos en la habitación, de inmediato
Amisthy y Cyrene comenzaron a atender al médico y Mor ya se había alejado con
la joven, que al observarla inconsciente, me pareció conocida, familiar, algo en
su rostro me hacía pensar en que ya la había visto antes.
Adelphos se alejó con su hermano arrastrando,
estaba furioso. No supe que hacer, la joven que Mor se había llevado había
vuelto a “dormir”, por obra de él, y las chicas atendían al médico con la asistencia
de Keops. ¿Qué hacer? Me sentía inútil en aquella circunstancia en la que todos
tenían algo que hacer.
Salí a cubierta, estaba llena de agua y en
aquel sitio en que Cyrene había luchado con la sirena estaba lleno de destrozos.
Observé el lugar, era un asco, luego corrí la mirada hacia el sitio en que la
sangre de Calisto se aposaba, sentí lastima, pena. Su cuerpo ya no estaba, pero
la mancha decía mucho. Así que bajé, encontré algunos trapos sucios y volví al
sitio de la sangre, lancé un poco de agua que yacía en un balde cercano sobre
el charco y luego puse los trapos. Poco a poco la tela comenzó a absorber el
agua con la sangre, entonces tomé el trapo y lo escurrí por la borda. Sentí una
gota resbalar por mi rostro. Dejé el trapo en la baranda y pasé mi mano por mi
rostro. Lo qué en un momento me pareció agua salpicada, descubrí ser una
lágrima. La borré y volví a lanzar la tela en el charco, repitiendo la acción
hasta que solo quedó agua transparente y la sangre de Calisto se había esfumado
borda abajo, junto con el trapo.
No quería llorar, pero no podía evitarlo,
tenía miedo. Había sido espantoso y si no hubiésemos cerrado la puerta ¿Habrían
caído todos los hombres por la borda? No quería pensar en eso.
Bajé las escaleras y encontré un camarote
cerrado. Empujé pero estaba cerrado. Toqué un par de veces y escuché la voz de
Patroclo echarme. Fruncí el ceño comencé a empujar. Por un instante supe lo que
podría estar sintiendo el guerrero, aunque lejos de sentir empatía, tuve la
necesidad de hablar con él e intentar calmarlo.
Empujé fuerte, con la fuerza que podría
ejercer yo, claro. La puerta no cedió pero repentinamente pasé en banda. La
puerta se convirtió en humo blanco y pasé cayendo hasta el suelo del camarote.
Me levanté, observé y Patroclo estaba recostado sobre un camarote, estático, gritándome
que me marchara. Poco a poco él y todas las cosas comenzaron transformarse en
humo hasta que las paredes desaparecieron en caminos curvilíneos por el espacio,
dejando expuesto el templo de Atenea.
Me levanté. Observé en todas direcciones y
Atenea me miró desde el otro lado de la fuente. Sonrió.
-Ya no tienes nueve años para que tenga que estar
llamándote -asentí.
-Lo siento yo... He pasado muchas cosas y...
Circe...
-Circe y su juego. Lo sé, no tienes que
repetirlo. Pero lejos de todo, no estoy interesada en saber lo que sucedió ahí.
Sabes, estoy más preocupada por ti.
-¿Mi?
-El mapa.
-Oh... Es que no sabía que el mapa absorbía
energía de esa manera -musité. Ella negó.
-Bueno. Entonces ten -musitó y apuntó una caja
dorada sobre una mesa al lado de la fuente. La observé -Tómala. Lo que contiene
es algo a lo que los humanos no tienen acceso. Si lo divulgas, podrías terminar
como Prometeo.
-... -la miré y asentí -¿Entonces es para
casos de extrema necesidad?
-Vida o muerte sí. Pero también te servirá
ahora que los ánimos están algo exaltados... Confió que sabrás cómo utilizarla
-musitó y yo asentí.
Me acerqué a tomar la caja y ella se acercó a
mi encuentro. Me levanté y Atenea me miró con una sonrisa tranquila. Acercó su
mano a mi hombro y miré el suelo.
-Tranquila. Todo pasa por alguna razón.
-Pero estoy preocupada...
-Sí. Lo es y no me agrada que estés preocupada
por ellos.
-Son mi grupo, mi equipo...
-Y hasta que esta travesía no acabe, serás
parte de ellos y ellos parte de ti. Cada perdida te dolerá como una herida
propia y debes afrontarlo, por difícil que sea -asentí -Ve tranquila. Todo
estará bien -sonrió y yo me alejé un par de pasos con la caja entre mis manos,
no era más grande que una manzana, pero pesaba mucho.
Cerré los ojos y al abrirlos, miraba de frente
a Patroclo. Él frunció el ceño.
-Te dije que no entraras.
-Lo siento.
-Da igual. Solo sal.
-No. Lo siento por Calisto.
-Yo también lo siento, pero ya tendré tiempo,
momento y lugar...
-¿Para vengarte?
-Sí.
-Eso no servirá.
-¿Tú qué sabes?
-Sé que la venganza es el peor de los males.
-Lo dice quien sigue a un príncipe, cuya arrogancia
y porfía por lograr una venganza nos tiene aquí.
-Y se lo digo a quien aceptó seguirlo también
-él se levantó y me miró intimidandome. No retrocedí.
-No digo que lo olvides, pero ten en cuenta
que cualquiera que haya asesinado a Calisto, no lo hizo por alguna rencilla.
Adelphos nos dijo que ustedes, junto a Heracles habían luchado por salir. ¿De
haber atravesado a tu hermano con un arma te vengarías contigo? Probablemente
no y estoy segura que lo habrías asesinado si hubieses tenido tu arma -el negó.
-Es diferente.
-No pondré en duda tu afecto por tu hermano o
por tu compañero. Solo pongo en duda la razón en la que te apoyas para una
venganza... No vale la pena. Jamás lo valdrá.
-Vete -apuntó la salida.
-Me iré. Pero piénsalo... -el asintió.
-Sí, lo que digas... Ahora ve a limpiar o
cocinar o algo de mujeres...
-Está bien... Pero tu actúa como un hombre...
Y no como un niño consentido y regañado -agregué y comencé a salir, entonces
sentí su mano en mi brazo, lo sacudí y sin mirarlo me marché.
Comencé a caminar. Qué coraje me daba ese
hombre. ¡Lo odiaba! Es el peor hombre del mundo. Esperaba que se perdiera en la
isla y que nos debiésemos ir sin el... No, mejor no.
Eso es muy malo, espero
que ningún dios haya oído eso y si lo hizo que lo ignore...
-Epifanía, la mujer que encontraron se
levantó- gritó Mor. Suspiré y me apresuré al camarote. Abrí la puerta y entré.
Miré a Mor y a la chica.
–La pones nerviosa -musité.
-No sé, ni me interesa, lo que te puedo decir
es que con cabra loca sola, no te quedas… No queremos que otra cosa salga mal y
haya otro muerto.
-Mor cállate… no ayudas -agregué. Me acerqué a
la chica y ella se quedó mirándome.
-Hola... Soy Epifanía -ella asintió, pero no
bajó la guardia.
-Sé que estas alterada. No sabes dónde estás
ni quienes somos nosotros. Pero puedo asegurarte que no queremos dañarte.
-¿Y qué hay de él? Acaba de tirarme -apuntó a
Mor. Lo miré.
-¿La botaste? -pregunté alzando una ceja.
-Supervivencia -negué.
-Lo siento... Él es Mor. Es inofensivo -mentí
-No te hará daño.
-¿Quiénes son? ¿Cómo llegué aquí?
-Somos viajeros. Estamos en una travesía...
Contra los dioses -musité por lo bajo -Te encontramos flotando en el agua has
dormido desde entonces -la chica asintió. -Ven -estiré mi mano en su dirección.
Ella negó.
-No...
-Se que estás asustada -musité -Yo también lo
estoy -aseguré. Entonces dejé la caja en una mesa y avancé en dirección a ella
-También tengo miedo. El viaje a sido muy complicado y quisiera poder
asegurarte que nadie te hará daño aquí -musité refiriéndome a sus cicatrices
-Pero puedo asegurarte que haremos lo posible para que te sientas bien...
Tranquila -ella miró mi mano y bajó la guardia poco a poco.
-¿Me harán su esclava?
-No nos vendría mal -comentó Mor.
-Cállate -musité -En este grupo no hay
esclavos -aseguré -Somos compañeros... Y si te sientes cómoda con nosotros
puedes ser parte de nosotros... De lo contrario estaríamos encantados de
dejarte en la próxima isla en la que desembarquemos. Ella asintió y aceptó
tomar mi mano. Sonreí.
Hice que se sentara en la cama, le ayude a
recostarse y observé múltiples marcas en sus brazos y su pecho. Negué. Cuando
fui a tomar la caja, Mor la sostenía entre sus manos y buscaba la forma de
abrirla. La arranqué de sus dedos y negué.
-Jamás podrás abrirlo por la fuerza -sonreí.
Entonces tomé la caja y en un par de movimientos del seguro esta se abrió y en
el interior, yacía una sustancia sólida, transparente y roja. La miré, sentí
iluminar mi rostro al momento de levantar la tapa. Tomé un trozo de ambrosía y
se lo extendí a la joven. Ella me miró recelosa.
-¿Cuál es tu nombre?
-Rea...
-Bien Rea. Te daré esto, debes comerlo y no te
asustes si sientes ganas de dormir... Es normal -ella asintió y lo comió. De
inmediato quiso otro trozo pero le expliqué que no debía comer más que eso. A
los pocos minutos se durmió.
Miré a Mor y este enarcó una ceja.
-¿Veneno?
-Ambrosía.
-¿De dónde la obtuviste? -enarqué los hombros
y cerré la caja.
-Le daré un poco a Zorba... -comenté y salí
del lugar -¿Te quedarás aquí? -pregunté. Él negó.
Entonces salimos, fui directo al lugar donde descansaba
Zorba, Cyrene y Amisthy observaron cuando le di el trozo de ambrosía y luego me
retiré y me encontré con Adelphos y Heracles y cómo era momento de comer algo,
les envié a que fueran a renovar energía.
Al fin fui a guardar la caja. La observé
atentamente y pude ver, que si no hubiese conocido antes aquel tipo de
cerraduras, jamás habría logrado abrirla. Lo mejor sería no decirle a nadie la
forma en que se abría la caja o terminaríamos asesinándonos entre nosotros por
ella... O peor aún, todos con una Pandora al lado...
By KatrinaxStevens