15.9.10

Cap 109

Epifanía

- O por lo menos la mayoría de las noches no saldré a hacerlo…- dijo la mujer y terminó de salir. Era una buena forma de pasar el tiempo, hacer lo que uno quiere. Sonreí sin poder evitarlo mientras pensaba en ella, se veía simpática, un tanto... Un tanto peculiar, pero simpática al fin y al cabo y como ella bien pensaba, cosas de hogar no les quedan a mujeres como nosotras... Los maridos no son nuestro fin, y podría asegurar que nosotras no somos las que buscan los hombres. 

Miré una vez más la salida por la que se había ido Amisthy y tomé con más fuerza la cajita de inciensos. - Querer y no querer ser lo que se es...- pensé durante unos segundos y fruncí el ceño. No era que no quisiera ser sacerdotisa o enviada de Atenea y todo eso, pero me, no se... me gustaría un poco más de libertad, viajar por el mundo... -pensé durante un segundo y luego cerré fuertemente los ojos. No debería pensar eso, no ahora... ¡No! y un sentimiento entre odio, rabia, frustración y miedo me inundó. Mis piernas flaquearon durante unos segundos y solo atiné a afirmarme en una de las cajas cercanas para no caer. Negué con la cabeza y volví a fruncir el ceño. 

- Odio pensar mucho las cosas... -musité y pasé mi mano por mi frente, comencé a meterme entre el laberinto de cajas de mercancías y cuando encontré un sitio lo suficientemente apartado, silencioso y oscuro, me senté, encendí un par de inciensos frente a mí y cerré los ojos, tranquilizando el palpitar acelerado de mi corazón y mi respiración repentinamente descontrolada. Mi cuerpo comenzó a sentirse ligero, casi impalpable. Mis pensamientos me llevaron nuevamente al cielo estrellado que veía al hablar con Atenea y repentinamente mis pies tocaron una suave tela, piel de animal. 


En el palacio de Atenea

- Epifanía -dijo la hermosa mujer, un tanto sorprendida por mi presencia, pero a la vez, tranquila ante la misma. Asentí levemente y recién cuando aclaré la vista, la visión de un hombre frente a mi me desconcertó. ¿Un hombre? 

Concentré la vista en aquel hombre mientras extendía una mano en dirección a la diosa y esta dejaba en ella un pergamino de papel resplandeciente. Vestía una toga corta, blanca y reluciente. Una correa dorada atada a su cintura y una cabellera de risos de cobre decoraban su cabeza, además de un casco guerrero con un par de alas afirmadas a él. Ladeé el rostro ante su figura, lo había visto en alguna parte, eso lo tenía claro. Repentinamente el hombre asintió, se volteó y vi en su otra mano un caduceo de oro sostenido con mucha fuerza. Pasó junto a mí y sonrió levemente, repentinamente pegó un salto y se impulsó por el aire, por el cielo, con la ayuda de un par de sandalias aladas...

- Hermes aun te recuerda -musitó la diosa y yo me sobresalté levemente. 
- ¿Cómo? ¿Perdón?
- Cuando eras pequeña, robaste sus sandalias en mi palacio... El estaba cansado y bajó ahí para descansar, se quitó las sandalias y tú se las robaste... Debí llegar yo para que no te castigaran... Pero eras una pequeña ¿Qué mal habrías hecho? -dijo y sonrió afablemente. No recordaba lo que me decía, nada de nada, ni siquiera un atisbo de algo, nada... 
- Yo no recuerdo nada -dije mirando al suelo durante unos segundos, para luego volver a mirar a la diosa, que había volteado su mano y en segundos se materializó un platillo de oro, con una extraña gelatina en él...
- Bien... Es en parte, un alivio ver que estas con vida y frente a mi -dijo mientras llevaba sus dedos a la gelatina y tomaba un poco, llevándola a sus labios para luego comerla. Asentí ante sus palabras -Para ser sincera Epifanía... Ninguno de mis hermanos confiaba en que siquiera tuvieran que ver a Dionisio -musitó y negó con la cabeza mientras comenzaba a acercarse a su trono - Y yo también comenzaba a dudar... -musitó y al fin se sentó, mirándome al otro lado de su estanque negro estrellado. 
- Mi diosa yo... -ella estiró su rostro en mi dirección y esperó, tardé unos segundos más - Yo nunca creí que la muerte de un dios fuera tan triste -musité y miré el suelo suspiré.
- Todas las muertes son tristes. Desde un animal a un dios. Creo que con el tiempo, cada raza pierde sensibilidad respecto a la misma. Tú ya puedes ver caer unos cuantos hombres y no sentir más que lastima, pero cuando se trata de otras razas es más complicado... Te sientes culpable e incluso vulnerable -asentí y la volví a mirar - Ahora... El asunto es el siguiente... -la miré atenta, pero tardó más de lo normal en responder.
- ¿Hay algo que haya hecho mal? -musité inquieta mirando mis manos de tanto en tanto. La diosa negó.
- No. Se trata de otro dios... Poseidón -sentenció y frunció el ceño. 
- ¿Poseidón?
- Así es... Dionisio era uno de sus... ¿Cómo llamarlo? Ah... Protegidos. Y él está furioso...
- Me imagino
- El asunto es que están en el mar. Prepárense... No se quedará tranquilo mientras estén en su territorio... - asentí y volví a mirar a la diosa, que ahora me llamaba con su mano. Comencé a avanzar en su dirección - Llegarán a una isla en unos días... Tengan cuidado, los hijos de esas tierras no son seres de dieta común - fruncí el ceño mientras me acercaba más y asentía nuevamente con la cabeza -Aléjense de ellos... Pero no se confíen de cualquiera que les tienda una mano... Toma - musitó y me extendió un papel blanco y reluciente, doblado a la mitad y con un sello dorado a un costado - No lo abras hasta que estés en tierra firme - sentenció y mi rostro quedó totalmente confundido y curioso - Epifanía... Si lo abres en el mar, arderá y no podrás ver el mensaje, más no puedo decírtelo pues estamos bajo resguardo... Léelo en tierra y síguelo al pie de la letra - musitó y yo asentí. Llevó su mano a su plato de ambrosía y tomó un poco, me miró con una ceja enarcada y frunció sus labios, de modo caprichoso y molesto - Obviaré lo que has hecho... - agregó cambiando totalmente de tema y acercó sus dedos a mi boca, abrí mis labios y sentí la ambrosía caer en mi lengua -Tomaré todo como parte de tu trabajo en equipo... Pero trata de no actuar de forma tan imprudente. De ser más cautelosa, no terminarías devolviendo todo lo que tragas -musitó y me sentí avergonzada.
- Lo siento...
- Deberías. Ahora márchate, el juego de Poseidón a penas inicia -musitó y cerré los ojos

La ambrosía bajo por mi garganta, un sabor suave, dulce y amargo a la vez, un alimento nunca replicado en el mundo real y tan pocas veces probado por humanos, más Atenea siempre otorga ambrosía a quien para ella lo merece... 

De vuelta en el barco


Al abrir los ojos noté que me encontraba en el suelo del piso, recostada en posición fetal y con el aroma de los inciensos junto a mí. Me levanté y sentí algo en mi mano... Aquel papel que Atenea me había dado, ahora relucía en mi mano. El sello dorado era realmente atractivo, pero mi razón me decía que no debía desobedecer...

Me paré y salí a cubierta, donde todo se cubría de una espesa neblina y una incesante lluvia. Miré a mí alrededor y todos preparaban el navío, las aguas se movían violentamente y los cielos se tornaban negros... Se estaba desatando una tormenta. ¿Cuanto tiempo llevaba en el palacio de Atenea? Al parecer, según la procedencia de los últimos rayos de luz, habrán pasado unas 5 horas desde que me comuniqué con Atenea...


by KatrinaxStevens