-Entonces bajemos -musité y sin pensarlo dos veces, me lancé al suelo.
Caí y esperé para ayudar a Cyrene. Al bajar debí ser yo quien rompiera la masa negra con la espada, poco a poco esta se iba corroyendo con el ácido de las vacas. Así avanzábamos, Cyrene atrás de mí, cojeando -Niña testaruda- pensaba molesta, su pie le dolía, le dolía mucho y ella lo negaba... Después le regañaría.
-Tenemos que llegar a los árboles más cercanos a la batalla –pensaba en voz alta.
-Pero están todos caídos... La masa los ha tirado todos –respondió la joven.
-No importa, caídos menos importancia les tomarán -musité y sonreí. Cyrene asintió, continuamos caminando, avanzando entre la masa.
Encontramos uno de los árboles tirados y nos encaramamos en el tronco horizontal, la masa se acumulaba y se movía y al no encontrarnos se iba. Entonces Cyrene metió la mano en la aljaba y la sacó desesperada, se llevó el dedo a la boca y me miró enojada. La miré seria y ella se quitó el dedo de la boca y lo observó seria.
-Me quemé.
-¿Cómo? –pregunté.
-Los huesos ya consumieron la madera y creo que si no lo quito de mi aljaba -dijo a la vez que escurría la masa negra hacia el suelo -Se la consumirá también...
-¿Qué haremos ahora? Esto no va a resistir -aseguré fijándome en que el árbol caía cada vez más al suelo.
-Tengo... Tengo mis dagas.
-¿Dagas?
-Sí. Las que me dio Artemisa.
-¡Espera!
-¡¿Qué?! –exclamó alterada por mi grito.
-Pásame
una -musité estirando mi mano, la chica me la entregó y en seguida bajé del
árbol.
-¿Qué haces?
-Confía -musité y entonces al caer la masa se aproximó, tomé la daga y como pude, la enterré en ella y la masa se separó formando un circulo al rededor antes siquiera de que la punta del arma tocara la masa, entonces volví a acercarla y esta vez la enterré en un poco de masa en otro lugar y esta no alcanzó a moverse, por lo que la daga comenzó a quemar la masa negra como si estuviese caliente.
-No puede ser -comentó Cyrene arriba del árbol.
-Vamos... Tenemos que entregársela a alguno de los hombres -Cyrene asintió y bajó del árbol.
Comenzamos a correr, a toda masa que se aproximaba acercábamos las dagas, las dagas alejaban o quemaban la masa. En todo momento estábamos en peligro, más no podíamos hacer otra cosa, si las dagas quemaban la masa negra, seguramente quemarían a Apolo.
Llegamos lo más cerca de la batalla que pudimos y nos encaramamos en el primer arma que encontramos.
La escena al frente fue una batalla, un ataque contra el dios entre Heracles y Mor. Sin dudarlo un segundo el grito salió de mi garganta.
-¡Keops! -él se giró con su espada en la mano -¡Lanza esto al cuello de Apolo o a ellos! -grité refiriéndome a Mor y Heracles.
-¿Para qué? –preguntó entrecerrando sus ojos en mi dirección.
-¡Es de artemisa! ¡¡Está quemando la masa negra!! -y sentí la mirada penetrante del dios, sus ojos negros fijos en mí, en seguida el árbol comenzó a moverse, pero cuando caímos del mismo, ya había logrado lanzar la daga hacia Keops.
-Cyrene -musité, entonces la chica tomó la daga y la enterró en el suelo, la masa se corrió y la chica se acercó a mí de inmediato.
-Estoy bien... Estoy bien.
-Bien... ¿Ahora que hacemos sin flechas? -musité un tanto ansiosa.
-¿Qué haces?
-Confía -musité y entonces al caer la masa se aproximó, tomé la daga y como pude, la enterré en ella y la masa se separó formando un circulo al rededor antes siquiera de que la punta del arma tocara la masa, entonces volví a acercarla y esta vez la enterré en un poco de masa en otro lugar y esta no alcanzó a moverse, por lo que la daga comenzó a quemar la masa negra como si estuviese caliente.
-No puede ser -comentó Cyrene arriba del árbol.
-Vamos... Tenemos que entregársela a alguno de los hombres -Cyrene asintió y bajó del árbol.
Comenzamos a correr, a toda masa que se aproximaba acercábamos las dagas, las dagas alejaban o quemaban la masa. En todo momento estábamos en peligro, más no podíamos hacer otra cosa, si las dagas quemaban la masa negra, seguramente quemarían a Apolo.
Llegamos lo más cerca de la batalla que pudimos y nos encaramamos en el primer arma que encontramos.
La escena al frente fue una batalla, un ataque contra el dios entre Heracles y Mor. Sin dudarlo un segundo el grito salió de mi garganta.
-¡Keops! -él se giró con su espada en la mano -¡Lanza esto al cuello de Apolo o a ellos! -grité refiriéndome a Mor y Heracles.
-¿Para qué? –preguntó entrecerrando sus ojos en mi dirección.
-¡Es de artemisa! ¡¡Está quemando la masa negra!! -y sentí la mirada penetrante del dios, sus ojos negros fijos en mí, en seguida el árbol comenzó a moverse, pero cuando caímos del mismo, ya había logrado lanzar la daga hacia Keops.
-Cyrene -musité, entonces la chica tomó la daga y la enterró en el suelo, la masa se corrió y la chica se acercó a mí de inmediato.
-Estoy bien... Estoy bien.
-Bien... ¿Ahora que hacemos sin flechas? -musité un tanto ansiosa.
By KatrinaxStevens